20 de Octubre de 2.023

 


Ahí afuera guerras y más guerras. El desastre climático llamando a las puertas de nuestra sociedad. La polarización de los paises de Occidente, como ya estaban otras regiones del mundo. Ayer Jose incluyó una lista de discos vendidos en 1964. Un montón de canciones que no me sonaban, pero que al fin y al cabo conocía. Era lo que se oía en la radio y la radio era nuestro internet de entonces. Yo tendría unos ocho años, así que aún seguía en casa de mi abuela. En aquellos tiempos en la tele sólo veíamos unos programas infantiles, los concursos de aiskolaris, los bailes regionales y poco más. Y un rato. Creo que la tele era un poco a mediodía y después por la tarde noche. El resto del tiempo era tiempo de trabajo y juego. La vida era muy sencilla. En mi caso, desayuno, cole, comida, cole, merienda y juego. Aún no conocía los deberes. Si acaso algunas cuentas y planas de caligrafía. Y a jugar con los botones, los soldaditos o las damas y el dominó con mi abuela o mi tía.

He llegado a esa etapa en mi vida en que la vida de fuera no me interesa mucho como participante. Nuevos amigos o nuevas aventuras no me atraen. Sólo en oposición a mi falta de vida familiar. El hecho de que mi mujer no me quiera desde hace treinta años ha ido encerrándome en mi habitación. Antes lo podía solventar con otras compañías, los compañeros, amores platónicos, colegas musicales. Pero ahora que no puedo salir con nadie, me encuentro muy solo.

Miro la fecha y es ajena, como si la viera en una película. Creo que mi mente se está empezando a deteriorar. Por eso escribo, completo pasatiempos, leo, hago canciones y las canto. Para mantener mi meste algo despierta. Pero, como esto siga así, me cansaré un día y me dejaré llevar. Quizá entonces, cuando mi mente se vaya a lugares remotos, sea feliz.

Llevo treinta años huyendo de mi infelicidad. En realidad, lo llevo haciendo toda la vida, desde que tuve que irme a casa de mi padre y mis hermanos, cuando con nueve años, me arrojaron del Paraiso de mi abuela y aterricé en un cuartel, donde los abrazos estaban prohibidos y todo eran órdenes. 

El Banco

Un parque, una tarde de primavera, una zona de verde hierba y, delante, en medio de un camino, hay un banco. Pasa la gente corriente de toda condición: niños inquietos, ancianos jubilados en busca de aire y bullicio, jóvenes exultantes de vida, amor, filosofía, empapándose de parque y primavera, y unos pocos adultos, casi siempre de paso, del trabajo a casa.

El banco, de hierro y madera, espera a que se siente alguien nuevo. En este día ya han pasado por su asiento muchos, unos sentados en un lado, otros sentados en el respaldo, otros, repantingados y otros tumbados a la bartola; incluso, en cierto momento, hubo un grupo de escolares que, como pajarillos sobre un arbol, ocuparon todos sus espacios con todas las posturas posibles. En constante intercambio de posición, chicos y chicas olfateando ya sus nuevas inquietudes, observándose, persiguiéndose, cumpliendo el eterno rito adolescente entre niños y mayores.

Pero ahora está tranquilo.

Un joven se sienta en él. Saca un libro, cruza las piernas, comprueba la hora en su muñeca. Abre el libro y se pone a leer.
Ha llegado una mujer algo mayor. Se relaja, observando la vida del parque.

Un joven solitario se para, mira alrededor. Según parece es el banco más adecuado y se sienta en él. Saca un libro, cruza las piernas, comprueba la hora en su muñeca. Parece que espera algo, quizá una hora, quizá sólo espera a que pase el tiempo. Ya abre el libro y se pone a leer.
Como se ha sentado en un lado, ha llegado otra persona y se ha sentado en el lado contrario. Es una mujer algo mayor que el joven. Le mira, estudiándole un momento y después se relaja, observando la vida del parque, la gente que va y que viene, las ardillas, los árboles, los grupos echados en la hierba.

Un joven solitario, con cara de pocos amigos, bigote trasnochado y pelo se para junto al pobre banco, que no sabe la que le espera. Mira alrededor, comparando este banco con los de alrededor, como si buscase la mejor posición para espiar a su novia o para ver una puesta de sol en un día nublado. Según parece, este es el banco más adecuado. Por lo tanto se sienta en él. Después saca un libro de bolsilo, viejo, de hojas amarillentas, no por el uso, sino porque el papel es malo y ha amarilleado pronto y solo. Cruza las piernas de un modo chulesco, dejando buen espacio para sus atributos, poniendo el tobillo de un pie sobre la rodilla de la otra pierna e inclinando la primera pierna hasta una posición paralela al suelo. Ya se hacen Vds una idea, Tras este complicado movimiento viene el de mirar la hora en su reloj de pulsera (porque podría tener reloj de bolsillo). Parece que espera algo, quizá una hora asociada a una cita, quizá sólo espera a que pase el tiempo, para luego irse al bar de siempre a tomar unas copas con los amigos, hablar de futbol, chicas y de alguna salida para el próximo fin de semana. Po fin abre el libro y se pone a leer. Así le dejamos de momento.

Como se ha sentado en un lado, ha llegado otra persona y se ha sentado en el lado contrario, no sin antes limpiar un poco el asiento. Es una mujer algo mayor que el joven. Le mira, estudiándole un momento, como pensando "¿será un violador?" o "¿estará libre?". Después se relaja, observando la vida del parque, la gente que va y que viene por todo el parque, las ardillas que huyen de ciertas personillas que las quieren atrapar para hacerse un gorro y de otras que las quieren para cenar; los árboles, la mitad enfermos; los grupos echados en la hierba, con las triponas al aire, roncando o cantando horribles canciones pseudo-folk. Le encanta mirarlos e imaginarse historias sobre todos ellos.

Ese arbol una vez cobijó de la lluvia a un rey, mientras perseguía a su amada, que no era la reina.

Ese señor tan serio acaba de asesinar a su esposa, la ha hecho cachitos y va a entregarse a la policía, una vez que ya ha merendado.

Esa pareja vienen de firmar la compra de un piso; se les vé tan ilusionados y preocupados a la vez...

De repente el joven comienza a desdoblarse. Despacio, tan despacio que la vecina de banco tarda en darse cuenta. Al fin le mira y antes de que se separe demasiado le toca en el brazo y le advierte: ·oiga, que se está Vd separando de sí mismo". "No se preocupe, es sólo un paseo astral. Voy un momento a comprar tabaco. Guárdeme por favor el cuerpo". Y dicho esto, su cuerpo astral se desliza por la tarde, en dirección al estanco más cercano.

Ella se queda un tanto preocupada. ¿Y si comienza a llover? ¿Y si se le cagan las palomas? ¿Y si el cuerpo se levanta y se va? Adopta una postura de despreocupación y sigue observando a sus viandantes, pero mantiene un ojo pendiente del cuerpo.

Ahora es el libro del joven el que comienza a desdoblarse. Es como si del libro amarillento saliera un libro nuevo, de páginas blancas y recién editadas. "¿pero a dónde vá este libro insensato?", se pregunta la mujer. "Qué le voy a decir a este hombre?"

Pero la mujer ve como se marcha el alma del libro, quién sabe a dónde. Se acerca a ver qué ha quedado en las páginas. A primera vista todo es normal. Letras, palabras... "a lo mejor no se da cuenta", piensa.

Pero aquí no acaba la cosa. El banco, un poco mosqueado, comienza a desdoblarse a su vez. Allá va un banco nuevo, con madera nueva, limpia, sin cagadas ni escupitajos,,, pero en el último momento parece que se lo piensa mejor y vuelve a su posición original. La mujer respira aliviada.

Ahora todo está más tranquilo. Incluso unos pajarillos se acercan algo al banco. La señora mira su reloj. Lleva diez minutos esperando y nada, que no viene. "Ah, si, parece que se acerca por allí". Efectívamente, al poco el muchacho se reincorpora a su parte física.

"Perdone Vd, pero es que como me he dejado la cartera en la chaqueta, he tenido que ponerme en un semáforo a pedir dinero y no vea lo que me ha costado. Entre que algunos no me veían muy bien, otros, los que los que me veían, no se fiaban, y que el dinero se me caía al suelo, resultaba prácticamente imposible reunirlo. Al fínal, un hombre un poco fantasma me ha ayudado y me ha comprado el tabaco. Ha sido una suerte encontrarle".

"No se preocupe", contesta ella,"yo estaba vigilando. Por cierto, que ha pasado algo raro. De su libro ha salido... algo... como si fuera el alma. Ya sé que es imposible..."

"Ay la leche!", exclama él. Lanza una mirada al libro, lo hojea nerviosa y rápidamente. "Lo que me temía. Este libro era Guerra y Paz y ahora es los Pilares de la Tierra". "Bueno, pués no se preocupe. Yo tengo muchas ganas de leer esa novela".

El joven se pone de pie, la mira de arriba a abajo, la saluda como se saluda a alguien que acaba de darte un puñetazo en el estómago, y arroja el libro al banco, junto a ella."Buenas tardes", la espeta. Y se va.

Ella mira el libro despacio, como sin atreverse a recogerlo. Lo gira un poco para ver la portada. En efecto, "Los pilares de la tierra", reza el título. Lo toma con cierta apresión y lo abre por la primera página. Se acomoda y comienza a leerlo. Poco a poco se sumerge en la edad media del capítulo primero. Y poco a poco se va desdoblando sin querer. Su alma parece dar vueltas por los arboles como en un sueño. Así pasa el tiempo y la tarde va cayendo.

Pero pasa algo que era normal que pasara: el alma del libro cansada de vagar y no encontrar un alma gemela en ese parque, decide volver a su edición original. Así, se acomoda de nuevo en las páginas amarillentas como quien se pone la bata de toda la vida, esa horrible, que nos sienta tan mal, pero que nos mantiene calentitos en invierno. El batacazo que se da entonces el alma de la mujer es de padre y muy señor mío. Vuelve como puede al cuerpo, al que comienza a salirle una babilla por la comisura de los labios y más que reacomodarse en él, lo toma al asalto. Un grito de miedo sale de esos labios, los ojos se quedan como saltando en las cuencas a lo loco y los brazos caen inermes. El libro cae al suelo.

Ella lo mira con no disimulado espanto, le da un pequeño puntapié. Al fin la mujer se levanta, toma el libro, lo deposita sobre el banco con miedo, con dolor: Piensa con resquemor en el joven. Busca en su bolso un espejo, se mira el aspecto, por si se le nota el susto. Mira alrededor. Nadie le ha visto. Se aleja de allí caminando deprisa, para hundirse en el bullicio de la vida, para olvidar el miedo vivido. Mañana se comprará Los pilares de la tierra. unque piensa que si se le escapa el alma al libro, ¿que quedará en sus páginas?

La tarde se va por fin y el banco se despereza y espera a otro ser que lo quiera ocupar.



Camilo Crespo Aguirre
29 de Septiembre del 2.003.